Aunque no lo notemos, el riesgo está presente en nuestras vidas a cada paso que damos: cuando cruzamos la calle, nos subimos a un coche o a un avión, hacemos una compra online o cuando tenemos que someternos a una cirugía.
Sin embargo, no reparamos demasiado en esos riesgos y en la práctica es como si no existieran, aunque siempre están allí.
Lo mismo ocurre a la hora de invertir, lo que muchas veces nos lleva a enfocarnos solo en el retorno potencial de una inversión y no los riesgos que ésta presenta.
Pero ¿qué significa que un activo sea más o menos riesgoso que otro? ¿Es solo una cuestión de percepción?
Por ejemplo, intuimos que será mucho más riesgoso invertir en Bitcoins que en bonos del gobierno de Estados Unidos, por razones obvias. Pero, ¿en que medida? ¿Son los bitcoins dos, tres o cuatro veces más riesgosos que un bono del tesoro americano? ¿Existe alguna forma de medir el riesgo de un activo de igual forma que medimos temperatura o distancia?
Pues sí que la hay: Volatilidad. En finanzas, el riesgo se equipara a la volatilidad de un activo, es decir, que tanto puede variar su precio en un período dado. La medida matemática que se suele utilizar para medir la volatilidad es la Desviación Estándar. Dada una serie de valores, la desviación estándar simplemente nos indica que tanto se alejan esos valores del promedio.
Sin entrar en detalles matemáticos, diremos que el activo A será el doble de riesgoso que el activo B si su precio muestra el doble de volatilidad que el precio del activo B.
Ahora bien, una vez que comenzamos a invertir solemos enfocarnos solo en el posible retorno de un activo, prestando poca o ninguna atención a su volatilidad, o lo que es lo mismo, su riesgo.
Por ejemplo, imaginemos que tenemos la opción de invertir en dos activos A y B. El primero muestra un retorno anual de 3%, mientras que el segundo un retorno de 9%. ¿Cuál elegimos? La respuesta parece evidente… ¿o tal vez no?
¿Qué tal si descubrimos que el activo A es 3 veces más riesgoso que el activo B, es decir, 3 veces más volátil? Esto significa que si en un año cualquiera el activo A puede perder 10% de su valor, el activo B puede perder 30%. Con esta nueva información, ¿Cuál elegiríamos ahora? La elección ya no es tan clara.
Sin embargo, ambos activos son exactamente iguales en términos de su relación riesgo-beneficio. Esto es: Ambos nos dan el mismo retorno por “unidad de riesgo”. Si bien el activo B es 3 veces más riesgoso que A, nos recompensa con tres veces más retorno.
Es como cuando necesitamos comprar una batería y tenemos las siguientes dos opciones:
Batería | Duración | Precio |
A | 5 horas | $10 |
B | 10 horas | $20 |
¿Cuál elegimos? Pues con ambas baterías estamos pagando $2 por hora de energía, por lo que ambas son equivalentes. La elección dependerá de para qué las necesitamos: si planeamos explorar una cueva durante menos de 5 horas, compraremos la batería A, de lo contrario la batería B.
Lo mismo ocurre a la hora de invertir: Si bien los activos A y B son equivalentes en términos de su relación riesgo-beneficio (como las baterías), elegiremos uno u otro dependiendo de nuestro horizonte temporal. Si invertimos pensando en nuestro retiro, será mas conveniente optar por un activo más volátil que nos dé un mayor retorno en el largo plazo. Por el contrario, si estamos ahorrando para comprar una casa en los próximos 3 o 5 años, mejor será invertir en el activo A que nos dará menos retorno pero a cambio preservará nuestro capital en el corto plazo.
En conclusión: A la hora de elegir en qué activos invertir no podemos enfocarnos solo en el retorno potencial, sino también en el riesgo o volatilidad que estos presentan. El riesgo es, en definitiva, la moneda de cambio a la hora de invertir y no el dinero en efectivo que utilizamos para comprar activos. Volveremos sobre este punto en futuros artículos.